jueves, 13 de noviembre de 2008

De cómo el eclipse apago al sol

Recuerdo mi vida superada por un mundo de vacio, ese que come las entrañas del amor, que digiera la nostalgia de aquel minuto que pasó.

Te recuerdo como un eco en la nada, esa nada que forma y transforma, como un circulo en el agua, que golpea la angustia del no poder ser, de no poder oír, de no poder hablar. Ese autismo irascible que mutila el deseo, suturando el camino hacia atrás, que sacude los tendones para dejar caer, para sucumbir a la inestabilidad del hombre que no fue y del niño que dejo de ser.

Ser lo que no se puede y poder ser lo que no se es.

Como un camino truncado por la tormenta de los años. Acomodando círculos que giran, estáticamente, en un mundo dialectico de cómo no-ser siendo.

En ese mundo de sin-sentido, yo soy mi tierra a la que algún Copérnico descentro del universo. Aquel que se puso como un sol, eclipsando la memoria del mañana, postergando la lucha del hoy, y negando a las parcas su acto principal. Sumiendo la existencia en una agonía insurrecta que no permite ninguna obscenidad.

Sentirse muerto estando vivo, ser inmortal por no poder morir…

Ser inmortales como el deseo, ser el deseo en si. Atrapados un solipsismo angustiante marcado por el propio desengaño.

Y pensar que una vez fui el centro de un universo mágico al que algún Copérnico desautorizo. Desterrando de mi reino, a mi, su propio creador.

No hablar, solo oír.

Palabras plenas de sentido. Sujetos que no emergen. Sombras que comen y agujeros negros.

¿soportar?

Solo hasta que las tinieblas se tiñan de obscuridad.

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