Una voz me tomo de sorpresa y me susurro al oído que imaginó que estábamos unidos, y yo me sentí mejor. Ardores de delincuencia se licuaron espasmódicamente. Y un frio de consuelo se escurrió por mis espaldas. Mis piernas como de humo se doblegaron y el caballero negro se tiño de azules y grises, pero sobre todo azules. Aunque la negrura parpadee en la inseguridad, los miedos se comieron entre si, y abúlicos, y refunfuñantes, vomitaron colores verduzcos.
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