jueves, 8 de julio de 2010

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Me orquesto en la solidez del hierro, y consecuentemente me enfrío. En la rigidez misma en que me pierdo no puedo más que romperme. Caigo en fractales, me deshago en fragmentos.
Suspiro en la ausencia de las gracias, y no hallo conforte en las pléyades, ni regocijo en las caricias de las ninfas. Sólo reconozco el peso de las Horas y el ritmo descarnado en el que marcan la prosecución de un tiempo, mi tiempo.
Tiemblo con los pasos de las moiras que se acercan burlonas agitando tijeras. Consortes dantescos de un partenaire de aire.
No puedo negarme a la bestia habiéndole ya entregado el miedo. Y me dispongo a una danza de hastío y niebla. Prolongación de un instante muerto, indefinido, que enciende un goce de náusea y oblación.

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