sábado, 4 de septiembre de 2010

sin cuenta

Un cuerpo flotando en la desidia, mecido por la angustia. Un viento de nostalgia remarca sus contornos. Hay paz
Sus ojos perciben el mundo, pero no pueden reconocer vitalidad, se escapa, se filtra. Sin embargo él no se esfuerza. Solo observa. Alcanza a reconocer que no le pertenece; y no corre, y no grita, y no reclama, ni demanda, no se enfurece, no se excusa. NADA.
Mira tejer y entretejer, mira mover y no se mueve, mira destejer y destejer, pero no pregunta, no se calla, no sonríe, y mucho menos llora.
El frío es suyo. La rigidez de las piedras, el olor y la textura e la tierra muerta. Eso sí le pertenece. Los detalles de un árbol dibujado en carbonillas. Líneas. Contorneando espacios esféricos, blancos, vacíos. ALEPH. Pero tampoco reconoce esa letra primigenia, y mucho menos el espacio destellante de su falta.
No desea, no goza y no está muerto.
Está sólo, rodeado de cabezas parlantes, de cabezas que giran, que resbalan, de cabezas sin ojos, de cabezas sin lenguas que hablan idiomas indescifrablemente guturales. Son ecos de sus propios lamentos (y por eso indescifrables). Hacen ruidos. Pero no hay circulación, nada responde a una pregunta. Hay automatismo (¿eso es vida?)
Él sabe que no hay nada que pueda envidiar en esas cabezas circundantes. Pero se sabe el mismo una cabeza sin ojos, ni lengua, ni idioma, ni libertad.
Pero a diferencia de esos satélites insoportables, prefiere no hacer ruido, prefiere clavar sus pies en un abismo (para no dejarse tragar por él), y se sienta a esperar por una voz.
Pero sus oídos están marchitos, y no podrían diferenciar una voz de un idioma gutural indescifrable y gutural.
Cundo reconoció la luz de sus propias obscuridades, logro llorar, pero tan sólo una infima, pequeña y transparente lágrima que cargaba el sentido de la impotencia.
Y nada nunca cambió.
Siguió flotando en la desidia, pero cerró los ojos, ya no quiso ver ni cabezas, ni árboles reales que parecían de cartón.

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